Las mañanas de domingo siempre caen a plomo
Bueno, otra mañana de domingo,
sin encontrar una postura en que la cabeza no me reviente.
Y como la cerveza que he desayunado no me ha ido mal,
me voy a tomar otra de postre.
Después rebusqué entre mi ropa del armario
Y encontré la más limpia de mis camisas sucias.
Me lavé la cara y me pasé el peine
y troté escaleras abajo para darme de bruces con un nuevo domingo.
Dejé que mi mente se fumara la noche anterior
a base de los cigarrillos y canciones que elegía.
Pero ahora enciendo mi primer pitillo y veo a un niño pequeño
que juega golpeando una lata.
Después cruzo la calle
y me llega el olor de domingo, el olor de alguien que fríe pollo.
Y… DIOS…!!!! Me devuelve algo que creía perdido
en alguna parte, en algún sitio…A lo largo del camino.
En una acera de mañana de domingo,
solo le pido a Dios colocarme.
Porque las mañanas de domingo caen a plomo
y hacen que los cuerpos se sientan solos.
Y no hay nada tan parecido a la muerte,
ni la mitad de solitario, que el sonido
de una descarnada acera urbana durmiente,
y el de una mañana de domingo cayendo a plomo.
En el parque he visto a un “papi”
Con una niñita que mecía en el aire.
Y me he parado junto a una escuela dominical,
y he escuchado las canciones que cantaban.
Después he seguido calle abajo,
Y en algún lugar, muy lejos, tañía una solitaria campana,
y su eco se perdía en el cañón,
como los sueños que desaparecieron de antaño.